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sábado, 24 de enero de 2009

Erase una vez....


Érase una vez...un país en el que todas sus gentes eran felices, reían a cada instante y sin motivo y a su lado las penas no existían, ni la maldad ni el egoísmo ni tantas otras cosas que hacían que los habitantes de otros países tuvieran la cara arrugada y el ceño fruncido permanentemente. Los niños conocían los secretos de los bosques y a sus habitantes mas pequeños, hadas, gnomos y jainines y todos compartían sus mejores manjares y los cuentos al amor de la lumbre en las noches de invierno. La reina de aquel país era un hada maravillosa con una melena larga, color azabache que peinaba mirándose en las aguas cristalinas del lugar y que conocía a todos los habitantes de su país, y les daba clases de cómo ser felices, generosos y pacíficos, y que quería que todos los demás países supieran como volver a reír, y para ello recorría los caminos con sus poderes: su belleza de corazón, su generosidad, su alegría, su confianza en los demás, su sabiduría, su fe y su risa contagiosa y se los mostraba a todos los caminantes que quedaban maravillados de que aquel hada fuera real y de que pudiera existir un país así. Yo me la encontré un día en el borde de una calle, llamada desaliento y desde entonces, aunque quizás aún no puedo decir que soy un habitante del país de la risa, que así se llama su nación, se que existe y que puede cambiarlo todo con su varita mágica, se que puedo llamarla cuando la necesite y se que con sólo pensar en ella una sonrisa va a iluminar mi cara, y una llama de gratitud calentará mi corazón y me dará fuerza para caminar hacia su casa. Se también que sus poderes son irresistibles, y que todo el que la conoce ya no puede hacer otra cosa que caminar hacia su país, solo espero que todos podamos alcanzarlo cuanto antes y seamos tan felices como los que viven en él. Y colorín colorado...
Este cuento se lo dediqué un día a un hada real, (porque haberlas , hailas), que conoce el poder de un conocimiento ancestral, que todos traemos de serie y que vamos perdiendo por el camino de la existencia, obligados por la brisa de la obediencia, la fuerza del viento del miedo al ridículo, y el huracán, de las conveniencias sociales, entre otros aires.
Es un poder que los niños conocen bien, que tienen integrado en su corazón, y que lo cantan y lo bailan como sólo ellos saben hacerlo, porque son los únicos que saben vivir en el presente con presencia.
Que se hace visible antes de que podamos expresar otros sonidos, y que cuando se manifiesta, es imposible substraerse al influjo de su caudal, y que dota al que sabe conservarlo de un de un poder especial, el poder de la RISA.

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